São Nicolau - Roteiro

La isla de São Nicolau se encuentra al Sudeste de São Vicente, y transporta al viajero al encuentro con herencias culturales del archipiélago, de paisajes singulares y una flora salpicada de dragos centenarios. São Nicolau es también la isla de la nostalgia evocada por Cesária Évora, que nos canta la odisea de sus habitantes emigrados en ese “caminho longe” a São Tomé.

El paisaje de São Nicolau es montañoso y muy variado. El principal centro urbano es Ribeira Brava o Stanxa, que debe su nombre a los torrentes impetuosos de la ribera en época de lluvias.

En las estrechas calles, callejones y plazas de la ciudad se mantiene la inconfundible arquitectura colonial, una señal de identidad en el transcurso de la historia. La Igreja Matriz y la antigua Catedral son edificios que no deben pasar inadvertidos al visitante, al igual que el Seminário-Liceu de S. José. Por esta institución, que fue la primera escuela secundaria importante de Cabo Verde y de la Costa Occidental de África, pasaron grandes figuras de la brillante cultura caboverdiana.

Al Oeste, en los alrededores de la ciudad, encontramos la zona de Cachaço, envuelta en frecuentes neblinas, en cuya ausencia se puede contemplar el fantástico paisaje sobre Ribeira Brava. En días claros es posible observar todo el archipiélago de Cabo Verde desde São Nicolau, de la cumbre del Monte Gordo, el punto más elevado de la isla, gracias a su posición con respecto a todas ellas.

En el Porto da Preguiça podemos contemplar el Forte do Príncipe Real que, además de servir de protección contra los enemigos del imperio portugués, es un homenaje a Pedro Álvares Cabral, que pasó por aquí en su viaje que sería el de descubrimiento de Brasil.

Viajando hacia el Noroeste y no muy lejos de Ribeira Brava vamos al encuentro de Fajã, tierra natal del gran escritor Baltazar Lopes da Silva. Se trata de un lugar que se distingue por su gran actividad agrícola, visible en las plantaciones que cubren todo el paisaje, y por los imponentes dragos, árboles raros y antiguos, típicos de las islas de la Macronesia, incluidos en la lista roja de la IUCN, como una de las especies en vías de extinción, pero que abundan en esta isla, contándose más de cien ejemplares.

Si el visitante se dirige el Sur, encontrará la ciudad balnearia de Tarrafal. Es fundamentalmente un pueblo pescador que se hizo famoso por sus playas (del Francês y de la Luz) de arenas medicinales, ricas en titanio y yodo. El lugar es recomendado para aliviar enfermedades óseas y de las articulaciones.

Los habitantes de la zona de Tarrafal viven sobre todo de la pesca y de la industria de conserva de atún, actividades que proporcionan una buena dinámica comunitaria, situándose aquí la que se considera la mejor fábrica de conservas de este pescado de Cabo Verde.
La pesca es además una de las principales ocupaciones de São Nicolau, isla conocida por sus generosas aguas, medio de subsistencia y fuente de actividades deportivas. Procedentes de todo el mundo, llegan a São Nicolau amantes de la pesca que se afanan en la búsqueda del blue marlin y del pez espada, especies muy frecuentes en estas aguas, principalmente de mayo a octubre.

En el camino entre Tarrafal y Ribeira da Prata, pasada la playa do Barril,, vale la pena detenerse en Praia Branca, un agradable pueblo sobre la playa del mismo nombre, donde San Juan se festeja intensamente, con desfiles y tambores. Al igual que el tradicional salto de la “lumnária” (hoguera), que aporta misterio a la danza tradicional de la “coladera”, donde la pareja se aproxima y choca en un sugerente gesto de galanteo, que llega con el aumento del calor del verano que comienza. No faltará la inevitable “cachupada”, regada con grogue, al que muchos consideran el de mejor calidad de Cabo Verde.

Al Norte, queda Ribeira da Prata. Merece la pena recorrer esta distancia, principalmente para los amantes de los mitos etnográficos, porque allí están los dibujos de la Rotcha Scribida, que sin ser más que concreciones sedimentarias incrustadas en la roca, han pasado a integrar el aura de misterio que siempre nos lega la tradición. Pero sobre todo por el impresionante paisaje y la población verdaderamente acogedora que aquí nos recibe.

Desde Ribeira da Prata se puede subir a Fragata en la falda del Monte Gordo, punto privilegiado de observación, con el mar al Norte y  Fajã de Baixo al Sur. La subida, que requiere más de una hora, nos transporta por escenarios idílicos dignos de los dioses. Una vez aquí, cruzamos la frontera de regreso a otros tiempos. Tiempos que nos hacen recordar las memorias de los antepasados contadas a los niños en pequeñas en forma de cuentos.

Monte Gordo, con 1312 metros de altitud, se presta a una soberbia excursión a pie. A través de su vegetación de coníferas y eucaliptos, bajo la cual crece una flora diversificada que determinó la clasificación de este espacio como Parque Natural, se llega al cráter, 500 metros por debajo de la cima, y en cuyo interior se cultiva café. La cumbre es seca y descarnada, lo que permite en días claros, observar todas las islas del archipiélago.

Otra excursión obligatoria en la isla es Juncalinho. En la costa Nordeste, después de Belém y Figueira do Coxo, existe una fantástica piscina natural de aguas verdosas, contrastando con la aridez de esta parte Este de la isla, en forma de “cabo de hacha prehistórica”… El edificio del antiguo Orfanato das Irmãs do Amor de Deus está a la espera de las obras para albergar el futuro Museo de Arte Sacro.

Como en todo el país, S. Nicolau no se queda atrás en la gastronomía, con un plato que lleva su nombre: el modje de São Niclau, o “modje de capóde” o también “modje de Manel Antóne”. Se trata de un delicioso guiso de cabrito, que se puede degustar en los escasos restaurantes de Ribeira Brava o Tarrafal.

También está presente la música en todos los momentos de la vida de la isla, destacando aquí un género que, al igual que la contradanza, procede de Europa: la mazurca. Aquí todo el mundo sabe bailarla, en su modulación saltante, protagonizada por el violín.

La isla de São Nicolau se encuentra al Sudeste de São Vicente, y transporta al viajero al encuentro con herencias culturales del archipiélago, de paisajes singulares y una flora salpicada de dragos centenarios. São Nicolau es también la isla de la nostalgia evocada por Cesária Évora, que nos canta la odisea de sus habitantes emigrados en ese “caminho longe” a São Tomé.

El paisaje de São Nicolau es montañoso y muy variado. El principal centro urbano es Ribeira Brava o Stanxa, que debe su nombre a los torrentes impetuosos de la ribera en época de lluvias.

En las estrechas calles, callejones y plazas de la ciudad se mantiene la inconfundible arquitectura colonial, una señal de identidad en el transcurso de la historia. La Igreja Matriz y la antigua Catedral son edificios que no deben pasar inadvertidos al visitante, al igual que el Seminário-Liceu de S. José. Por esta institución, que fue la primera escuela secundaria importante de Cabo Verde y de la Costa Occidental de África, pasaron grandes figuras de la brillante cultura caboverdiana.

Al Oeste, en los alrededores de la ciudad, encontramos la zona de Cachaço, envuelta en frecuentes neblinas, en cuya ausencia se puede contemplar el fantástico paisaje sobre Ribeira Brava. En días claros es posible observar todo el archipiélago de Cabo Verde desde São Nicolau, de la cumbre del Monte Gordo, el punto más elevado de la isla, gracias a su posición con respecto a todas ellas.

En el Porto da Preguiça podemos contemplar el Forte do Príncipe Real que, además de servir de protección contra los enemigos del imperio portugués, es un homenaje a Pedro Álvares Cabral, que pasó por aquí en su viaje que sería el de descubrimiento de Brasil.

Viajando hacia el Noroeste y no muy lejos de Ribeira Brava vamos al encuentro de Fajã, tierra natal del gran escritor Baltazar Lopes da Silva. Se trata de un lugar que se distingue por su gran actividad agrícola, visible en las plantaciones que cubren todo el paisaje, y por los imponentes dragos, árboles raros y antiguos, típicos de las islas de la Macronesia, incluidos en la lista roja de la IUCN, como una de las especies en vías de extinción, pero que abundan en esta isla, contándose más de cien ejemplares.

Si el visitante se dirige el Sur, encontrará la ciudad balnearia de Tarrafal. Es fundamentalmente un pueblo pescador que se hizo famoso por sus playas (del Francês y de la Luz) de arenas medicinales, ricas en titanio y yodo. El lugar es recomendado para aliviar enfermedades óseas y de las articulaciones.

Los habitantes de la zona de Tarrafal viven sobre todo de la pesca y de la industria de conserva de atún, actividades que proporcionan una buena dinámica comunitaria, situándose aquí la que se considera la mejor fábrica de conservas de este pescado de Cabo Verde.
La pesca es además una de las principales ocupaciones de São Nicolau, isla conocida por sus generosas aguas, medio de subsistencia y fuente de actividades deportivas. Procedentes de todo el mundo, llegan a São Nicolau amantes de la pesca que se afanan en la búsqueda del blue marlin y del pez espada, especies muy frecuentes en estas aguas, principalmente de mayo a octubre.

En el camino entre Tarrafal y Ribeira da Prata, pasada la playa do Barril,, vale la pena detenerse en Praia Branca, un agradable pueblo sobre la playa del mismo nombre, donde San Juan se festeja intensamente, con desfiles y tambores. Al igual que el tradicional salto de la “lumnária” (hoguera), que aporta misterio a la danza tradicional de la “coladera”, donde la pareja se aproxima y choca en un sugerente gesto de galanteo, que llega con el aumento del calor del verano que comienza. No faltará la inevitable “cachupada”, regada con grogue, al que muchos consideran el de mejor calidad de Cabo Verde.

Al Norte, queda Ribeira da Prata. Merece la pena recorrer esta distancia, principalmente para los amantes de los mitos etnográficos, porque allí están los dibujos de la Rotcha Scribida, que sin ser más que concreciones sedimentarias incrustadas en la roca, han pasado a integrar el aura de misterio que siempre nos lega la tradición. Pero sobre todo por el impresionante paisaje y la población verdaderamente acogedora que aquí nos recibe.

Desde Ribeira da Prata se puede subir a Fragata en la falda del Monte Gordo, punto privilegiado de observación, con el mar al Norte y  Fajã de Baixo al Sur. La subida, que requiere más de una hora, nos transporta por escenarios idílicos dignos de los dioses. Una vez aquí, cruzamos la frontera de regreso a otros tiempos. Tiempos que nos hacen recordar las memorias de los antepasados contadas a los niños en pequeñas en forma de cuentos.

Monte Gordo, con 1312 metros de altitud, se presta a una soberbia excursión a pie. A través de su vegetación de coníferas y eucaliptos, bajo la cual crece una flora diversificada que determinó la clasificación de este espacio como Parque Natural, se llega al cráter, 500 metros por debajo de la cima, y en cuyo interior se cultiva café. La cumbre es seca y descarnada, lo que permite en días claros, observar todas las islas del archipiélago.

Otra excursión obligatoria en la isla es Juncalinho. En la costa Nordeste, después de Belém y Figueira do Coxo, existe una fantástica piscina natural de aguas verdosas, contrastando con la aridez de esta parte Este de la isla, en forma de “cabo de hacha prehistórica”… El edificio del antiguo Orfanato das Irmãs do Amor de Deus está a la espera de las obras para albergar el futuro Museo de Arte Sacro.

Como en todo el país, S. Nicolau no se queda atrás en la gastronomía, con un plato que lleva su nombre: el modje de São Niclau, o “modje de capóde” o también “modje de Manel Antóne”. Se trata de un delicioso guiso de cabrito, que se puede degustar en los escasos restaurantes de Ribeira Brava o Tarrafal.

También está presente la música en todos los momentos de la vida de la isla, destacando aquí un género que, al igual que la contradanza, procede de Europa: la mazurca. Aquí todo el mundo sabe bailarla, en su modulación saltante, protagonizada por el violín.

Relacionados