Evolución social en la estructura agraria santiaguense

  • Sociedad

En un contexto de necesidad de la tierra, en Santiago se asiste a la emigración de la población hacia el interior, especialmente junto a los aluviones de las riberas (tchom di massapé) y en las llanuras. La aplicación de la ley de las Sesmarias, instituida en Portugal en el siglo XIV, prolongándose a Cabo Verde y a Brasil en los siglos siguientes, y que asignaba tierras a quienes las cultivasen, asociada al régimen de morgadio (a esta época pertenece la Provedoria das Capelas y Morgadios), que impedía dividir y enajenar la propiedad, hizo que Santiago, y en cierta medida Fogo, fijasen de modo particular los habitantes a sus tierras y sacasen de ellas el máximo partido, al contrario que en el resto de las islas, cuya propiedad seguía en manos de los Donatarios, que en muchos casos ni se tomaban la molestia de visitarlas, prefiriendo arrendarlas y vivir de los dividendos así obtenidos.

Se puede afirmar que fue fundamentalmente en el interior de Santiago, en este ambiente agrícola, donde se desarrolló el carácter tan peculiar que hoy caracteriza al caboverdiano medio. Aunque la época dorada del comercio de los ríos de Guinea había sido indubitablemente destacada para la creación de la matriz criolla, porque trajo a Cabo Verde todos los elementos que acuñarían ese modelo, las haciendas de las riberas y de la llanura central, fueron sin embargo su verdadero caldo de cultivo, sedentaria y duradera, asentada en los tres pilares ya mencionados: la lengua criolla, el mestizaje y la mística religiosa infundida por la Iglesia Católica.

Como se puede deducir de los relatos de los padres que visitaban las 8 parroquias el interior de Santiago, en el siglo XVI el mundo criollo estaba ya estructurado, en una primera fase en la que era liderado por propietarios terratenientes, al mismo tiempo detentores del comercio exterior que subsistía, o incluso funcionarios superiores, y tenían sus residencias y despachos en Ribeira Grande o en Praia, constituyendo una élite letrada y con capacidad de gestión. Los esclavos seguían llegando, pero en número residual, y eran absorbidos por la sociedad criolla, que cultivaba, bajo la tutela de la parroquia, valores y costumbres distintas de las que habían dejado en el continente, pero no tan diferentes que su acción doctrinal y didáctica que molestara especialmente a los neófitos, ya que el animismo sustenta valores  acordes con los del cristianismo, ya que en rigor se basa en los preceptos evangélicos.

La vida de los esclavos, descontado lo odioso de la propia condición de privación de libertad, hoy condenada, pero que en la época era aceptada por toda la sociedad, incluso en el mundo considerado como civilizado, transcurría en moldes que fueron dejando cada vez más ventanas abiertas a la emancipación, la humanización y la autogestión, tanto por iniciativa virtuosa de los señores, preocupados por su destino tras la muerte, como por motivos de conveniencia, como la prevención de revueltas laborales o la motivación en las tareas de la hacienda. Es en esta trayectoria como se puede entender la denominada “brecha camponesa”, que otorgaba a los esclavos el derecho a cultivar en su propio beneficio una porción de tierra, que podían cultivar el fin de semana (sábado y domingo). Es también en la misma línea que se debe interpretar la progresiva promoción profesional de los trabajadores, que ascendían en las haciendas a la condición de especializaciones como horticultores, vaqueros, tejedores, capataces, maestros de azúcar, etc. Los registros de la época clasifican los esclavos de boçais (los que acababan de llegar de Guinea, antes de cualquier asimilación apreciable al mundo criollo, y que a finales del siglo XVI son una minoría), los ladinos (hablando criollo y adaptados a los hábitos de la nueva comunidad), y los criollos (sólo de “casta”, o de “servicio”), en un linaje que admite perfiles de carrera en el trabajo esclavo, tanto desde el punto de vista técnico-productivo, como desde el ascenso social. Ascenso deseado por la mayoría de los esclavos, algunos de los cuales utilizaban argumentos a veces capciosos y muy convincentes, especialmente las llamadas “esclavas de puertas adentro”, que acababan por conseguir para sus hijos criollos la emancipación, y hasta prohijamiento y dote de los señores, al tiempo que la conseguían para sí mismas. La fidelidad, la amistad, la belleza, la atracción sexual, lograban así seducir a los señores, que frecuentemente las contemplaban, si no en vida, en el testamento, actitud acorde al clima de tanatocracia (la perspectiva de la muerte en buena parte de las preocupaciones en vida) en que estaba sumida la vivencia cristiana de la época.

Mientras que los señores, los forros y los criollos se atenían a los preceptos de la Iglesia y de la sociedad convencional en lo referente al matrimonio, a los esclavos se les permitían las uniones libres, de ahí que la sociedad esclava en Cabo Verde era matriarcal, con ventaja para los señores, que de ese modo obtenían un aumento de nacimientos y por tanto de mano de obra en perspectiva. La iglesia se fue oponiendo progresivamente a ese régimen, y en 1701 el rey impuso a los señores la obligación de vender las esposas a los emancipados.

En un contexto de necesidad de la tierra, en Santiago se asiste a la emigración de la población hacia el interior, especialmente junto a los aluviones de las riberas (tchom di massapé) y en las llanuras. La aplicación de la ley de las Sesmarias, instituida en Portugal en el siglo XIV, prolongándose a Cabo Verde y a Brasil en los siglos siguientes, y que asignaba tierras a quienes las cultivasen, asociada al régimen de morgadio (a esta época pertenece la Provedoria das Capelas y Morgadios), que impedía dividir y enajenar la propiedad, hizo que Santiago, y en cierta medida Fogo, fijasen de modo particular los habitantes a sus tierras y sacasen de ellas el máximo partido, al contrario que en el resto de las islas, cuya propiedad seguía en manos de los Donatarios, que en muchos casos ni se tomaban la molestia de visitarlas, prefiriendo arrendarlas y vivir de los dividendos así obtenidos.

Se puede afirmar que fue fundamentalmente en el interior de Santiago, en este ambiente agrícola, donde se desarrolló el carácter tan peculiar que hoy caracteriza al caboverdiano medio. Aunque la época dorada del comercio de los ríos de Guinea había sido indubitablemente destacada para la creación de la matriz criolla, porque trajo a Cabo Verde todos los elementos que acuñarían ese modelo, las haciendas de las riberas y de la llanura central, fueron sin embargo su verdadero caldo de cultivo, sedentaria y duradera, asentada en los tres pilares ya mencionados: la lengua criolla, el mestizaje y la mística religiosa infundida por la Iglesia Católica.

Como se puede deducir de los relatos de los padres que visitaban las 8 parroquias el interior de Santiago, en el siglo XVI el mundo criollo estaba ya estructurado, en una primera fase en la que era liderado por propietarios terratenientes, al mismo tiempo detentores del comercio exterior que subsistía, o incluso funcionarios superiores, y tenían sus residencias y despachos en Ribeira Grande o en Praia, constituyendo una élite letrada y con capacidad de gestión. Los esclavos seguían llegando, pero en número residual, y eran absorbidos por la sociedad criolla, que cultivaba, bajo la tutela de la parroquia, valores y costumbres distintas de las que habían dejado en el continente, pero no tan diferentes que su acción doctrinal y didáctica que molestara especialmente a los neófitos, ya que el animismo sustenta valores  acordes con los del cristianismo, ya que en rigor se basa en los preceptos evangélicos.

La vida de los esclavos, descontado lo odioso de la propia condición de privación de libertad, hoy condenada, pero que en la época era aceptada por toda la sociedad, incluso en el mundo considerado como civilizado, transcurría en moldes que fueron dejando cada vez más ventanas abiertas a la emancipación, la humanización y la autogestión, tanto por iniciativa virtuosa de los señores, preocupados por su destino tras la muerte, como por motivos de conveniencia, como la prevención de revueltas laborales o la motivación en las tareas de la hacienda. Es en esta trayectoria como se puede entender la denominada “brecha camponesa”, que otorgaba a los esclavos el derecho a cultivar en su propio beneficio una porción de tierra, que podían cultivar el fin de semana (sábado y domingo). Es también en la misma línea que se debe interpretar la progresiva promoción profesional de los trabajadores, que ascendían en las haciendas a la condición de especializaciones como horticultores, vaqueros, tejedores, capataces, maestros de azúcar, etc. Los registros de la época clasifican los esclavos de boçais (los que acababan de llegar de Guinea, antes de cualquier asimilación apreciable al mundo criollo, y que a finales del siglo XVI son una minoría), los ladinos (hablando criollo y adaptados a los hábitos de la nueva comunidad), y los criollos (sólo de “casta”, o de “servicio”), en un linaje que admite perfiles de carrera en el trabajo esclavo, tanto desde el punto de vista técnico-productivo, como desde el ascenso social. Ascenso deseado por la mayoría de los esclavos, algunos de los cuales utilizaban argumentos a veces capciosos y muy convincentes, especialmente las llamadas “esclavas de puertas adentro”, que acababan por conseguir para sus hijos criollos la emancipación, y hasta prohijamiento y dote de los señores, al tiempo que la conseguían para sí mismas. La fidelidad, la amistad, la belleza, la atracción sexual, lograban así seducir a los señores, que frecuentemente las contemplaban, si no en vida, en el testamento, actitud acorde al clima de tanatocracia (la perspectiva de la muerte en buena parte de las preocupaciones en vida) en que estaba sumida la vivencia cristiana de la época.

Mientras que los señores, los forros y los criollos se atenían a los preceptos de la Iglesia y de la sociedad convencional en lo referente al matrimonio, a los esclavos se les permitían las uniones libres, de ahí que la sociedad esclava en Cabo Verde era matriarcal, con ventaja para los señores, que de ese modo obtenían un aumento de nacimientos y por tanto de mano de obra en perspectiva. La iglesia se fue oponiendo progresivamente a ese régimen, y en 1701 el rey impuso a los señores la obligación de vender las esposas a los emancipados.

Autoria/Fonte

Armando Ferreira

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