Agricultura en Santiago y Fogo

  • Agricultura

Fue el algodón, primero en Santiago, y después en Fogo (donde se dio muy bien, hasta el punto de que Valentim Fernandes, en su “Relação de Diogo Gomes” escribió: “…en esta isla nace mucho algodón, y los algodones que son regados dan dos novedades al año, a saber, una en diciembre y enero, otra en mayo y junio”) el gran cultivo inicial en Cabo Verde, lo que originaria la implantación de una artesanía floreciente de pañería, hasta el punto de convertirse en la más importante moneda de cambio comercial con el exterior. El paño-moneda (tira de 15 a 17 cm) recibiría el nombre de barafula (“barra fula”), así pues dos barafulas equivalían a una barra de hierro. El maíz, cuyas semillas se importaban de la zona de Guinea, y que se conocían como zaburros, ocuparon rápidamente las tierras arables, y nunca dejaron de ser, hasta hace poco tempo, la principal base alimentaria de Cabo Verde.

En 1582 Francisco de Andrade realiza un censo de la población del interior de Santiago, que nos da una idea del panorama agrícola existente en el último cuarto del siglo XVI: “... 600 blancos y pardos, 400 negros forros casados, 5.000 esclavos”.

Con la intensificación de los ataques corsarios a Ribeira Grande y a Playa, se fue intensificando la huida de los habitantes de las ciudades hacia los valles del interior, regados por los manantiales de los sistemas montañosos del Pico de António Genovês y de la Serra da Malagueta, estableciéndose allí los propietarios más ricos con sus haciendas y esclavos, mientras que los forros ocupaban los montes circundantes, y las montañas más inaccesibles servían de guarida a amorados de las cadenas, perseguidos por la justicia (homiziados) y fujões.

En esa época  (finales del siglo XVI) las parroquias de Santa Catarina do Mato, Santiago Maior (Ribeira Seca), S, Nicolau Tolentino (Ribeira de S. Domingos) y S. Jorge dos Picos (Ribeira dos Órgãos) eran las más pobladas, con el 80% de los aproximadamente 12.000 habitantes estimados, mientras que S. João Baptista (Ribeira de António), Nossa Senhora da Luz (Alcatrazes), Santo Amaro (Tarrafal) y S. Miguel (Flamengos), albergaban el restante 20%.

En cada núcleo importante nacía una iglesia, cuyo cura trataba rápidamente de dinamizar un conjunto de actividades, desde administrar los sacramentos y oficiar las misa, hasta la redacción de testamentos y registros notariales, pasando por la enseñanza, actividades sociales, e incluso la resolución de conflictos.

Las tierras de regadío (riberas y llanura central en Santiago, y las suaves laderas de S. Lourenço do Pico, en Fogo), que daban dos cosechas al año, aventajaban a las de secano, condicionadas a la época de lluvias, y con producciones más inciertas. Huertas (mandioca, col, ñame, alubias), y huertos de frutas no sólo tropicales, sino mediterráneas (papaya, banana, melones, higos, uvas, etc.), además de la caña, bananera, mandioca, ñame, algodón de regadío y cocoteros (proporcionaban, además de coco, madera y fibra para cuerdas) llenan los terrenos de regadío. No se puede hablar de latifundios, puesto que los mayores hacendados (terratenientes en Santiago y Fogo) se limitaban a la posesión de pequeñas quintas discontinuas y de distintas características, unas de siembra, otras de pasto, otras de algodón, o incluso de vid, entonces cultivada en parras, en todas las islas agrícolas.

Aún así, los principales hacendados instalaron pequeñas industrias de ingenios de azúcar, con alambique, caldera de cobre, tacho, gangarra, espumadera, vasijas para el jugo limpio de la caña, vasija de tirar melaza, moldes de azúcar, elementos necesarios para molienda, cocción y purga de este producto. Una industria que requería conocimientos especializados, que poseían los maestros de azúcar, los funcionarios más respetados y autorizados en las haciendas. También el regadío exigía en muchos casos trabajos de captación de agua, almacenamiento y consiguiente riego. Y el algodón, inicialmente vendido a granel a Guinea, pasó a industrializarse en Cabo Verde, a tal fin se instalaron pequeñas industrias de hilados y tejido, que llevaron a la aparición de técnicos especializados en el sector (hilanderas, cardadores, tejedores).

Las unidades de producción agrícola de secano, explotadas por forros y blancos pobres, además de ser reducidas situadas en laderas, “achadas” y “cutelos”, veían limitada su producción (maíz, alubias, arroz arbóreo, algodón, calabaza), además del ganado caprino, muy resistente, casi exclusivamente a la época de las aguas (julio a diciembre), estando sometidos a la carestía de los años de estío, frecuentes en Cabo Verde y que en esta época castigaron a la islas en tres ocasiones (1570/2, 1580/2 y 1609/11), traduciéndose en el empobrecimiento generalizado, incluyendo a los señores, llevando a la emigración a forros y pobres, y a la muerte a muchos fujões, aislados en las montañas y empujados al robo en las quintas de regadío.

A finales del siglo XVIII, atacados por el poder (Corona y Compañía Grão Pará y Maranhão) y por la base (deserción de fujões y forros), con el agravante de que las propiedades se encontraban exentas de vínculos por donación, los terratenientes se ven abocados a la quiebra definitiva y abandonan las tierras.

A partir de ese momento la agricultura pasa a la actividad de subsistencia de las poblaciones, que cultivan en las propiedades divididas de las islas de Santiago, Fogo, Santo Antão, S. Nicolau y Brava los productos tradicionales del país, sometidos igualmente a la irregularidad de las lluvias, hasta que, tras las terribles y últimas hambrunas de los años 40, los déficits de producción pasan a compensarse con importaciones y, finalmente, con la independencia, y a pesar del crecimiento demográfico exponencial, se procede a obras de retención de las aguas pluviales,  iniciándose después de 2000 un programa de construcción de presas que permitirá la implantación de una agricultura moderna, menos dependiente de los caprichos de la naturaleza.

Fue el algodón, primero en Santiago, y después en Fogo (donde se dio muy bien, hasta el punto de que Valentim Fernandes, en su “Relação de Diogo Gomes” escribió: “…en esta isla nace mucho algodón, y los algodones que son regados dan dos novedades al año, a saber, una en diciembre y enero, otra en mayo y junio”) el gran cultivo inicial en Cabo Verde, lo que originaria la implantación de una artesanía floreciente de pañería, hasta el punto de convertirse en la más importante moneda de cambio comercial con el exterior. El paño-moneda (tira de 15 a 17 cm) recibiría el nombre de barafula (“barra fula”), así pues dos barafulas equivalían a una barra de hierro. El maíz, cuyas semillas se importaban de la zona de Guinea, y que se conocían como zaburros, ocuparon rápidamente las tierras arables, y nunca dejaron de ser, hasta hace poco tempo, la principal base alimentaria de Cabo Verde.

En 1582 Francisco de Andrade realiza un censo de la población del interior de Santiago, que nos da una idea del panorama agrícola existente en el último cuarto del siglo XVI: “... 600 blancos y pardos, 400 negros forros casados, 5.000 esclavos”.

Con la intensificación de los ataques corsarios a Ribeira Grande y a Playa, se fue intensificando la huida de los habitantes de las ciudades hacia los valles del interior, regados por los manantiales de los sistemas montañosos del Pico de António Genovês y de la Serra da Malagueta, estableciéndose allí los propietarios más ricos con sus haciendas y esclavos, mientras que los forros ocupaban los montes circundantes, y las montañas más inaccesibles servían de guarida a amorados de las cadenas, perseguidos por la justicia (homiziados) y fujões.

En esa época  (finales del siglo XVI) las parroquias de Santa Catarina do Mato, Santiago Maior (Ribeira Seca), S, Nicolau Tolentino (Ribeira de S. Domingos) y S. Jorge dos Picos (Ribeira dos Órgãos) eran las más pobladas, con el 80% de los aproximadamente 12.000 habitantes estimados, mientras que S. João Baptista (Ribeira de António), Nossa Senhora da Luz (Alcatrazes), Santo Amaro (Tarrafal) y S. Miguel (Flamengos), albergaban el restante 20%.

En cada núcleo importante nacía una iglesia, cuyo cura trataba rápidamente de dinamizar un conjunto de actividades, desde administrar los sacramentos y oficiar las misa, hasta la redacción de testamentos y registros notariales, pasando por la enseñanza, actividades sociales, e incluso la resolución de conflictos.

Las tierras de regadío (riberas y llanura central en Santiago, y las suaves laderas de S. Lourenço do Pico, en Fogo), que daban dos cosechas al año, aventajaban a las de secano, condicionadas a la época de lluvias, y con producciones más inciertas. Huertas (mandioca, col, ñame, alubias), y huertos de frutas no sólo tropicales, sino mediterráneas (papaya, banana, melones, higos, uvas, etc.), además de la caña, bananera, mandioca, ñame, algodón de regadío y cocoteros (proporcionaban, además de coco, madera y fibra para cuerdas) llenan los terrenos de regadío. No se puede hablar de latifundios, puesto que los mayores hacendados (terratenientes en Santiago y Fogo) se limitaban a la posesión de pequeñas quintas discontinuas y de distintas características, unas de siembra, otras de pasto, otras de algodón, o incluso de vid, entonces cultivada en parras, en todas las islas agrícolas.

Aún así, los principales hacendados instalaron pequeñas industrias de ingenios de azúcar, con alambique, caldera de cobre, tacho, gangarra, espumadera, vasijas para el jugo limpio de la caña, vasija de tirar melaza, moldes de azúcar, elementos necesarios para molienda, cocción y purga de este producto. Una industria que requería conocimientos especializados, que poseían los maestros de azúcar, los funcionarios más respetados y autorizados en las haciendas. También el regadío exigía en muchos casos trabajos de captación de agua, almacenamiento y consiguiente riego. Y el algodón, inicialmente vendido a granel a Guinea, pasó a industrializarse en Cabo Verde, a tal fin se instalaron pequeñas industrias de hilados y tejido, que llevaron a la aparición de técnicos especializados en el sector (hilanderas, cardadores, tejedores).

Las unidades de producción agrícola de secano, explotadas por forros y blancos pobres, además de ser reducidas situadas en laderas, “achadas” y “cutelos”, veían limitada su producción (maíz, alubias, arroz arbóreo, algodón, calabaza), además del ganado caprino, muy resistente, casi exclusivamente a la época de las aguas (julio a diciembre), estando sometidos a la carestía de los años de estío, frecuentes en Cabo Verde y que en esta época castigaron a la islas en tres ocasiones (1570/2, 1580/2 y 1609/11), traduciéndose en el empobrecimiento generalizado, incluyendo a los señores, llevando a la emigración a forros y pobres, y a la muerte a muchos fujões, aislados en las montañas y empujados al robo en las quintas de regadío.

A finales del siglo XVIII, atacados por el poder (Corona y Compañía Grão Pará y Maranhão) y por la base (deserción de fujões y forros), con el agravante de que las propiedades se encontraban exentas de vínculos por donación, los terratenientes se ven abocados a la quiebra definitiva y abandonan las tierras.

A partir de ese momento la agricultura pasa a la actividad de subsistencia de las poblaciones, que cultivan en las propiedades divididas de las islas de Santiago, Fogo, Santo Antão, S. Nicolau y Brava los productos tradicionales del país, sometidos igualmente a la irregularidad de las lluvias, hasta que, tras las terribles y últimas hambrunas de los años 40, los déficits de producción pasan a compensarse con importaciones y, finalmente, con la independencia, y a pesar del crecimiento demográfico exponencial, se procede a obras de retención de las aguas pluviales,  iniciándose después de 2000 un programa de construcción de presas que permitirá la implantación de una agricultura moderna, menos dependiente de los caprichos de la naturaleza.

Autoria/Fonte

Armando Ferreira

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