Segundo ciclo del poblamiento (siglos XVII y XVIII – Santo Antão, S. Nicolau, Brava)

  • Demografía

La segunda ola de poblamiento de las islas de Cabo Verde se dirigió a las islas del Norte (Santo Antão y S. Nicolau) y a Brava, en el rescoldo del ablandamiento de la economía en Santiago y en Fogo, como resultado de diversos factores, en particular de los ataques corsarios a las ciudades, el relativo abandono de Cabo Verde a su suerte por parte del Reino (dejando a las poblaciones dependientes de la tierra, en una figura post-esclavócrata, en la que las propiedades de los señores son abandonadas y los ex esclavos se convierten en propietarios de pequeñas superficies), el paludismo y las hambrunas cíclicas, que empobrecen especialmente a los habitantes de las montañas (forros (esclavos emancipados) y blancos pobres), obligados a emigrar, muchos de ellos dirigiéndose a las islas hasta entonces desiertas, a Portugal, Brasil o las “Indias Españolas”.

En 1727 el Oidor Bravo Botelho daba cuenta de que en Santo Antão residían 4.000 personas de confesión, de las cuales 502 eran esclavas, al mismo tiempo afirmaba que S. Nicolau estaba muy poblada. Lo que nos da una idea de la diferencia importante de esta segunda ola de poblamiento, en lo que respecta al número de esclavos, indicándonos un relato de 1731 que, mientras que en Santo Antão su proporción se situaba en un 15%, era de sólo un 10,8% en S. Nicolau y aún menos en Brava (5,63%). Mientras que en Santiago se registraba una importante disminución a un 16,28%, manteniéndose Fogo en un nivel aún elevado (25%), su número se reduciría sustancialmente, en un escenario bien distinto al de los siglos iniciales de poblamiento.

Pero no es solamente el número de esclavos lo que refleja el gran cambio en la sociedad caboverdiana en la primera parte del siglo XVIII, especialmente en las islas recién ocupadas. Se habla de la minoría de esclavos que gozaba de autonomía, con usufructo de las propiedades por derecho consuetudinario, lo que es lo mismo que decir que dejó de existir de hecho el componente esclavo en la población de estas islas, situación que se comprueba por los fallidos intentos de Donatarios y Compañías para reconstituir en estos espacios la sociedad esclavócrata de Santiago y Fogo.

De este modo, se asistió a una profunda reconfiguración de la sociedad, del hábitat y de la economía caboverdiana, con la interiorización de los núcleos poblacionales más importantes (Ribeira Grande, en Santo Antão, que aunque estuviera junto al mar, quedaba lejos del puerto de serventía, Ponta do Sol; Ribeira Brava, en pleno centro de la isla, se sirve de los puertos de Preguiça y Tarrafal; en Brava, la llanura central era el corazón de la actividad y concentraba a la mayoría de la población). Mientras que los donatarios, la Hacienda Real y la Cámara pasaron a aforar los terrenos, los cuales revierten rápidamente hacia los aforadores, que los reparten por herencia con la sucesión de las generaciones, consagrándose de este modo la posesión, supuestamente basándose en el derecho consuetudinario, lo que da como resultado la fragmentación de las tierras en parcelas cada vez más diminutas, y que llevó a la ocupación progresiva de las vertientes de las montañas para el ejercicio de la agricultura, que rápidamente tomó la delantera a la antigua ganadería, a la que se dedicaban estas islas.

En todas las islas de Cabo Verde, el mar siguió estando muy vinculado a la vida de los caboverdianos, que siempre se dedicaron a construir sencillas embarcaciones para pescar, buscar sal en las islas bajas, cazar aves para la fabricación de aceite para el alumbrado, así como recoger orchilla para comerciar con los extranjeros en las playas, y tortugas para el mismo fin y para consumo propio.

La segunda ola de poblamiento de las islas de Cabo Verde se dirigió a las islas del Norte (Santo Antão y S. Nicolau) y a Brava, en el rescoldo del ablandamiento de la economía en Santiago y en Fogo, como resultado de diversos factores, en particular de los ataques corsarios a las ciudades, el relativo abandono de Cabo Verde a su suerte por parte del Reino (dejando a las poblaciones dependientes de la tierra, en una figura post-esclavócrata, en la que las propiedades de los señores son abandonadas y los ex esclavos se convierten en propietarios de pequeñas superficies), el paludismo y las hambrunas cíclicas, que empobrecen especialmente a los habitantes de las montañas (forros (esclavos emancipados) y blancos pobres), obligados a emigrar, muchos de ellos dirigiéndose a las islas hasta entonces desiertas, a Portugal, Brasil o las “Indias Españolas”.

En 1727 el Oidor Bravo Botelho daba cuenta de que en Santo Antão residían 4.000 personas de confesión, de las cuales 502 eran esclavas, al mismo tiempo afirmaba que S. Nicolau estaba muy poblada. Lo que nos da una idea de la diferencia importante de esta segunda ola de poblamiento, en lo que respecta al número de esclavos, indicándonos un relato de 1731 que, mientras que en Santo Antão su proporción se situaba en un 15%, era de sólo un 10,8% en S. Nicolau y aún menos en Brava (5,63%). Mientras que en Santiago se registraba una importante disminución a un 16,28%, manteniéndose Fogo en un nivel aún elevado (25%), su número se reduciría sustancialmente, en un escenario bien distinto al de los siglos iniciales de poblamiento.

Pero no es solamente el número de esclavos lo que refleja el gran cambio en la sociedad caboverdiana en la primera parte del siglo XVIII, especialmente en las islas recién ocupadas. Se habla de la minoría de esclavos que gozaba de autonomía, con usufructo de las propiedades por derecho consuetudinario, lo que es lo mismo que decir que dejó de existir de hecho el componente esclavo en la población de estas islas, situación que se comprueba por los fallidos intentos de Donatarios y Compañías para reconstituir en estos espacios la sociedad esclavócrata de Santiago y Fogo.

De este modo, se asistió a una profunda reconfiguración de la sociedad, del hábitat y de la economía caboverdiana, con la interiorización de los núcleos poblacionales más importantes (Ribeira Grande, en Santo Antão, que aunque estuviera junto al mar, quedaba lejos del puerto de serventía, Ponta do Sol; Ribeira Brava, en pleno centro de la isla, se sirve de los puertos de Preguiça y Tarrafal; en Brava, la llanura central era el corazón de la actividad y concentraba a la mayoría de la población). Mientras que los donatarios, la Hacienda Real y la Cámara pasaron a aforar los terrenos, los cuales revierten rápidamente hacia los aforadores, que los reparten por herencia con la sucesión de las generaciones, consagrándose de este modo la posesión, supuestamente basándose en el derecho consuetudinario, lo que da como resultado la fragmentación de las tierras en parcelas cada vez más diminutas, y que llevó a la ocupación progresiva de las vertientes de las montañas para el ejercicio de la agricultura, que rápidamente tomó la delantera a la antigua ganadería, a la que se dedicaban estas islas.

En todas las islas de Cabo Verde, el mar siguió estando muy vinculado a la vida de los caboverdianos, que siempre se dedicaron a construir sencillas embarcaciones para pescar, buscar sal en las islas bajas, cazar aves para la fabricación de aceite para el alumbrado, así como recoger orchilla para comerciar con los extranjeros en las playas, y tortugas para el mismo fin y para consumo propio.

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